Está la niña sentada en una silla de aenea,
tibio sol de atardecer en sus cabellos de seda.
Mueve con el abanico retazos de primavera
y van volando al vaivén mariposas mensajeras.
Aun llenan su corazón blancas flores de inocencia.
Ella parece tranquila más en su recuerdo acechan
unos ojos que la miran con el color de la almendra,
y unos labios, que burlones, sonrien nada más verla.
Y asi siente despertar en su pecho de doncella
ansias que nunca sintió, deseos que la atormentan...
Torrentes de lava ardiente se atropellan por sus venas.
Y le oprime la cintura como una rama de yedra
que cruza su tibio vientre y va abrazando sus piernas.
Siente el frio de la escarcha y el fuego de mil hogueras,
y luces que la deslumbran y sombras que la desvelan.
Y el zumbar en sus oidos de abejas rubias y negras...
Consumidas al calor del fuego que las acecha
se agostan en su interior las flores que ella conserva,
más al punto se abren otras. Nuevas flores, bellas,
flores rojas que anuncian su adolescencia...
Está la niña sentada en el quicio de la puerta.
La fria luz de la luna de su ensueño la despierta.
Tiene los párpados humedos y en las pestañas estrellas.
Glòria
Pintura de P. Picasso: Retrato de Olga con abanico