Tengo el techo salpicado
de luminosas estrellas
sucedaneo de un cielo
en el que no se aprecian.
Como un ser omnipotente
las distribuyo a mi antojo:
solitarias,
arracimadas en una esquina,
formando estéticas espirales
o constelaciones arbitrarias.
Y cuando es mi deseo
siempre puedo cambiarlas.
Desde mi cama las contemplo
y me encantan...
Les he dado nombre a todas
y a todas las reconozco
con solo mirarlas.
La más bella lleva tu nombre.
Imagino viajes intergalácticos en la noche;
de un extremo al otro de la habitación.
O alrededor de la lámpara.
Ya no le temo al insomnio,
ya que observarlas es más sedante
que una hora de lectura
o escuchar tiernas baladas.
Y mucho más placentero,
cuando en batallas siderales
llegamos al cuerpo a cuerpo...
Glòria
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